Test – 22
Editorial – 24
CON CRISTO EN LAS PÉRDIDAS
La fe, la confianza en la Palabra del Señor y la iglesia son fundamentales en el proceso de superación y resiliencia
Cuando su mamá murió, en julio del año pasado, debido a la enfermedad de Alzheimer, un pedazo de la abogada Elisângela Miranda Flores, de 45 años, fue enterrado con ella. “No solo perdí a mi mamá; perdí a mi amiga y compañera de todas las horas y momentos”, recuerda. La familia proporcionó todo el tratamiento necesario, pero nada fue suficiente. “Al comienzo del luto, no podía orar, comer ni dormir”, prosigue la abogada. Una gran pérdida siempre deja una gran brecha. “El cuerpo y el alma sufren, pero he luchado”, afirma. La fuerza necesaria para seguir adelante, reconoce, es el Señor. “Dios ha sido mi consuelo y aliento. Me pone en su regazo cuando viene la tristeza. Sé que la partida de mi mamá fue la voluntad de Dios y, por más difícil y doloroso que sea, nunca lo cuestiono”.
Pérdidas. Todos tenemos que pasar por ellas, a lo largo de la vida. Las más dolorosas suelen ser las de los seres queridos, como en el caso de la abogada Elisângela. Uno puede perder de todo: salud, trabajo, amigos, matrimonio y, por supuesto, la vida. En el difícil momento actual de la sociedad brasileña, miles de personas han muerto como consecuencia de la pandemia del covid-19 y el tema gana fuerza; después de todo, es ante la perspectiva de la pérdida cuando uno reflexiona sobre lo que tiene. Sin embargo, si se pierde cosas o personas es inevitable, no hay necesidad de cruzar el valle solo: la fe en Cristo es el bálsamo del dolor. El Evangelio de Cristo trae promesas para superar las pérdidas y para resistir en tiempos de dolor. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar, dijo el Hijo de Dios, según consta en Mateo 11:28.
“Estaba bajo la cobertura de oración de los hermanos en Cristo y del pastor Wander. También conté con la ayuda de un psiquiatra”, continúa Elisângela, que se congrega en la Iglesia de la Gracia. “No dejé de congregarme, de tomar un momento diario con Dios, aunque a veces fuera solo para llorar. Me ha fortalecido día tras día, enjugando mis lágrimas y renovando mis fuerzas”.
“La pérdida es parte del proceso de la vida”, señala la psicóloga Cristina Pimentel, de Río de Janeiro. “Cada persona atraviesa la pérdida de una manera determinada”. Para ella, la vida trae cambios para bien y para mal. “El proceso de superación tiene que ver con la resiliencia y qué recursos busca cada persona para vivir este proceso. ¿Sufriendo en silencio? ¿Pidiendo ayuda? ¿Dándose cuenta de cómo está viviendo la pérdida? ¿Con quién puede contar?”, pregunta. Llorar, según Cristina Pimentel, es importante. Especialista en Terapia Comunitaria Integrativa (TIC), el terapeuta recuerda que todo ser humano tiene derecho a sufrir, a sentir y a aceptar su propio sentimiento. “Evitar este sentimiento es el peor comportamiento que puede tener: si alguien ha perdido algo que es importante para él o un ser querido, realmente tiene que llorar y entrar en luto”.
Para ella, la vida comunitaria es extremadamente importante para la salud mental. En este contexto, tener a la iglesia como apoyo ayuda, y mucho, a superar la pérdida, ya que es un espacio que brinda encuentros y el compartir –“Y no solo dolores, sino también alegrías”–, dice. Evangélica, la terapeuta dice que la psicología y la fe van juntas. “La Palabra de Dios, en la Epístola a los Filipenses, nos da la orientación de que debemos ocupar nuestros pensamientos en todo lo bueno, todo lo puro, todo lo verdadero y de buena fama, entre otras cosas”. Por lo tanto, recordar las cosas buenas también es útil en el proceso de superación. “Los humanos tenemos la costumbre de solo notar lo perdido, los sufrimientos y las tristezas. No obstante, es importante observar, de hecho, lo que se tiene y lo que se ha ganado a lo largo de la vida”.
“Serenidad”
En su experiencia como ministro del Evangelio, el pastor Daniel Bahiano ha asistido a muchas personas en luto. “Los cristianos afrontan este doloroso proceso con mayor serenidad”, observa. “Pero, lidiar con las pérdidas puede variar de una persona a otra. Y esta diferencia la encontramos en las Sagradas Escrituras, como, por ejemplo, en los casos de David y Job”. En el caso del gran rey de Israel, explica, la pérdida de su hijo Absalón llenó a David de remordimiento y desesperación, hasta el punto de querer morir en su lugar: ¡Quién me diera haber muerto en tu lugar, Absalón, hijo mío, hijo mío!, dice el texto de 2 Samuel 18:33. “A cambio”, agrega el pastor, Job perdió varios hijos al mismo tiempo, así como todos sus bienes y su propia salud, y aun así, declaró:Y dijo: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. Jehová dio y Jehová quitó: ¡Bendito sea el nombre de Jehová!” (Job 1:21).
Cuando se trata de pérdidas materiales, enfatiza Daniel, quien confía en Cristo cree que la adversidad se puede vencer. “Y en el caso de la pérdida de un ser querido, el cristiano cree que la muerte es solo una puerta de entrada a la vida eterna con el Salvador”. Sin embargo, es necesario tener en cuenta que, bíblicamente hablando, Dios creó al ser humano con la capacidad de tener emociones. Después de todo, el mismo Señor Jesús lloró cuando Lázaro murió, según Juan 11:35.
“Además, Dios respeta nuestro tiempo de duelo. Nos dimos cuenta de esto cuando Moisés murió. Los israelitas lloraron durante 30 días por la muerte de ese profeta; no obstante, después de ese tiempo, Dios mismo se presentó a Josué, quien se convertiría en su sucesor, diciendo: Mi siervo Moisés ha muerto. Ahora, pues, levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, hacia la tierra que yo les doy a los hijos de Israel (Josué 1:2). El pastor Daniel recuerda el papel fundamental de la iglesia con quienes sufren pérdidas. “Es el cuerpo de Cristo y, individualmente, somos miembros de este cuerpo. Así, cuando un miembro sufre, todo el cuerpo sufre a la vez. En este sentido, en el proceso de cicatrización y sanidad, cada miembro tiene una función específica. A través de las oraciones, orientaciones y el compañerismo, la Iglesia asume un papel fundamental en la vida de quienes sufren pérdidas.
Fue precisamente esta fuerza de la comunidad de fe lo que marcó la diferencia en la vida de la consultora de imagen Ana Paula Geris Peris, miembro de la Iglesia Internacional de la Gracia de Dios. El año pasado, en el primer brote del covid-19 en la ciudad, su padre, Josué, de 59 años, fue una de las víctimas. “No tenía comorbilidad y acabó muriendo”, lamenta. Josué, hombre de Dios, sirvió como evangelista y colaborador en la casa del Señor. “Durante todo el período de hospitalización, hemos estado en oración, consagración y buscando fortaleza en la Palabra de Dios. También contamos con el apoyo de nuestros pastores y amigos de la misma fe, que se unieron con nosotros en oración”, recuerda Ana. “Nuestra fe se estableció en Cristo. Ella fue inquebrantable en las circunstancias por las que pasamos”.
Sin embargo, la voluntad del Señor fue diferente. “Sabemos, además, que a los que aman a Dios, todas las cosas los ayudan a bien”, recita la joven. “Creo que el Señor lo amó tanto que decidió llevarlo”. Naturalmente, la noticia de la muerte dejó a la familia muy conmocionada. “Una desesperación nos tomó, pero el Espíritu Santo, de una manera sublime, habló al corazón de todos y trajo consuelo. Nuestros corazones se consuelan todos los días porque sabemos que lo único que la muerte puede hacerle al siervo de Dios es entregarlo a Cristo. Cada vez que recuerdo eso, pienso en la paz que sobrepasa todo entendimiento, la paz que viene del Señor”.